SOLO UNA POESIA

 

Era una noche perfecta.  Siempre adoré las noches de otoño, cuando el clima es fresco y el viento es un susurro adormecedor.  Todavía era temprano para ir a dormir, y me disponía a sentarme en mi sillón favorito, si el azul, y leer un rato mientras disfrutaba una copa de brandy.  Era una perspectiva estimulante. Mi padre leía unos papeles en el sillón rojo junto al fuego, mientras mi hermano Hoss jugaba solitarios sobre la mesa del living.  Era sábado a la noche y Joe se había marchado a Virginia City, dejándonos a los tres inmersos en un reparador silencio.

Luego de darle un sorbo a mi brandy, contemplé el libro de Lord Byron que tenía en mis manos. Siempre que tengo un libro de poesía en mis manos, tengo la sensación de estar a punto de comenzar un viaje de emociones a dónde el autor decida enviarme.  Me gusta elegir al azar la primera poesía que leeré.  Mis ojos cayeron sobre las primeras líneas.

 

Ella camina en la belleza, como la noche

De clima despejado y cielos estrellados

Y todo lo mejor de la oscuridad

Y de la luz

Se reúne en su aspecto y en sus ojos:

Así suavizada por esa tierna luz

Que el Paraíso al día común niega.

 

Regan Miller.  Por algún motivo las líneas de Byron condujeron a mi mente directamente a los recuerdos de aquella mujer, que tanto dolor nos había causado y a la vez, tanto nos había enseñado. Hacía más de cuatro meses que había pasado por nuestras vidas y si bien nunca volvimos a mencionar su nombre, mi alma no lograba desembarazarme de su fantasma.

Regan Miller. Jamás imaginé encontrar a esa hermosa mujer sentada en el living de mi casa.  Durante mi estadía en San Francisco, había escuchado gran cantidad de historias sobre esta hermosa y peligrosa mujer, pero durante toda la velada escondí mis sospechas detrás de un comportamiento adecuado y educado.

Preguntándome cuáles serían las intenciones de Regan, contemplé el coche de su hermana Emilia alejarse de la casa y perderse en la oscuridad de la noche.  Hoss estaba parado a mi lado y con complicidad y algo de advertencia, me dijo que ya había puesto sus ojos en ella.  El comentario no me sorprendió, había que ser ciego para no darse cuenta de eso, pero si en cambio captó toda mi atención el tono jovial de su voz. Elevé mis ojos hacia el regocijante rostro de mi bondadoso y enorme hermano y no fui capaz de hacer el más leve comentario, pues todo cuanto tenía por decir hubiese borrado la luz que la felicidad generaba en su rostro.  Llevado por su propia ansiedad y excitación, Hoss se alejó de mí en dirección a mi padre y Joe, quienes para mi sorpresa lo felicitaban emocionados ante la perspectiva de una boda en La Ponderosa.  No me gustaba lo que estaba sucediendo y parecía que era el único que no estaba alegre con la noticia.  Con preocupación me desaté la corbata, preguntándome qué debía hacer a continuación.  Decidí que antes de levantar el telón que dejaría al descubierto a la Regan Miller de quien había escuchado hablar, hablaría con ella.

A la mañana siguiente al llegar a la casa de Emilia Miller, me enteré que Hoss ya había pasado por allí, para invitar a Emilia y a Regan a una fiesta que ofrecíamos en casa; hecho que no hizo más que demostrarme que no tenía demasiado tiempo para averiguar que se proponía Regan.  Conocer el pasado de esa mujer me daba cierta ventaja;  o por lo menos eso creía. Tengo que admitir que tanto su atuendo, como su aspecto en general nada tenía que ver con la mujer de San Francisco.  Se lo dije abiertamente a lo cual ella me preguntó qué había escuchado.  Nos estudiamos mutuamente por unos segundos. La desconfianza de su mirada y el modo en que sondeaba mis conocimientos me dieron el indicio necesario para saber que ella sabía que yo conocía la verdad. Era la verdad estaba entre ambos y si bien deseaba que se alejara de Hoss, sentía que debía darle la oportunidad de convencerme que merecía el cariño de Hoss.  Tal vez porque me rehusaba a destrozar sus sentimientos e ilusiones; tal vez porque en algún punto también yo necesitaba creer que ella no le arruinaría la vida a Hoss; o tal vez porque necesitaba saber qué se proponía verdaderamente.

Con cierto temor en la mirada, pero con el coraje que tanto la caracterizaba, me preguntó si había hablado con Hoss al respecto. Mi respuesta negativa la relajó.  Vi el alivio reflejado en su rostro y eso me confundió.  Tal vez en ese instante mi resistencia cedió, dando el primer paso hacia lo que sobrevenía. Pero escucharla hablar de su soledad, de su necesidad de convertirse en alguien y hasta de tener la posibilidad de ser amada por lo que era, sin necesidad de convencer a nadie de que había cambiado, me debilitó y hasta me conmovió. Probablemente su vasto conocimiento sobre la conducta masculina la hizo intuir mis pensamientos, dándole el aire que necesitaba para desplegar sus encantos. No pude evitar pasar un brazo por sobre sus hombros y consolar su angustia. Regan se recostó contra mi cuerpo, buscando la contención y el calor de mis brazos.  Parecía verdaderamente arrepentida, sincera y triste por la vida que le había tocado llevar.  Ese fue mi segundo descuido y para cuando logré advertirlo me encontré atrapado en su macabro juego de seducción.  Sus magnéticos ojos acariciaban mi rostro y la sensualidad de su mirada me cautivó, envolviéndome con su encanto.  Aunque no hable bien de mi persona, confieso que no pude resistirme a la atracción que su cuerpo contra el mío generaba. De pronto sentí sus labios contra los míos y su boca apoderándose de la mía.  Logré recuperar la compostura, pero ya era demasiado tarde.  Antes de separarme de ella, estudié su rostro y me indigné frente a su victoriosa mirada que me gritaba que yo no era diferente a otros hombres. Regan Miller me contemplaba jactanciosamente al haber logrado que sucumbiera frente a sus encantos. El beso que nos dimos tenía demasiada pasión, demasiado deseo; tenía la fuerza necesaria para estremecerme y lograr que por unos segundos me olvidara de Hoss. Me alejé de ella confundido, preguntándome furioso cómo había podido perder el control de la situación.  Había ido a hablar con ella con el solo objeto de advertirla por el bien de Hoss y todo se me había ido de las manos.  Pero, ya todo estaba dicho, todo estaba claro entre Regan Miller y yo. 

Me sequé la boca como si de ese modo pudiese borrar lo que acababa de suceder, pero no surtió efecto. Giré a enfrentarla. Ella seguía parada allí mirándome con satisfacción y orgullo, y eso me llenó de odio, pues podía sentir que me creía atrapado en su telaraña.  Mantuve la calma más allá de la bronca que esa mujer generaba en mí.  Simplemente le dije que ahora bien sabía que ella era la misma mujer de quien tanto había oído hablar en San Francisco.  Con mi comentario me gané una fuerte cachetada que me dio vuelta la cara.  La miré con frialdad y me horrorizó ver en sus ojos que  mucho más dolida estaba por mi rechazo de lo que podía estar yo por los sentimientos de mi hermano.

Afortunadamente mi padre me había encomendado varios asuntos que atender, los cuales me mantuvieron lejos de la casa, pero el rostro de Regan Miller me perseguía, obligándome a rememorar una y otra vez lo sucedido.  Mi mente inundada de sentimientos contradictorios, no lograba razonar con claridad.  Ya no me importaba si había hecho lo correcto al desenmascarar a esa despiadada mujer; porque si bien yo estaba convencido de todo, no sabía cómo en ese momento el dicho el fin justifica los medios, no me resultaba aplicable a favor de mi persona. Un nudo se alojó en mi estómago al cruzar por mi mente la realización de haber puesto en peligro el cariño de Hoss.

 

La oscuridad del atardecer me recordó lo tarde que era.  Un pensamiento condujo al otro y recordé la fiesta que mi familia ofrecía y la imperiosa necesidad de hablar con mi hermano y contarle toda la verdad, antes que los invitados llegasen.  Sin todavía saber qué decirle a Hoss, me acerqué a nuestra casa.  Desmonté mi caballo con lentitud y até a Sport al poste aún más lentamente, como si de ese modo postergase lo inevitable. Me sorprendió Hop Sing que se acercó a mí corriendo para avisarme que Hoss me aguardaba en la casa de los peones.  También me previno al informarme que mi hermano estaba muy enojado. Me trajo mala espina el mensaje, y tal vez por la culpa que sentía, pensé que algo no estaba bien. No pude evitar pensar que Regan Miller lo había visitado con el solo objeto de destruirme frente a los ojos de Hoss y tal vez cubrirme con sus mentiras desacreditando todo cuanto yo podría decir.  Puse la mano en el picaporte con cierto temor y dudé unos segundos antes de abrir la puerta. Mi mente abrumada en un mar de dudas, incertidumbres y mucha culpa, gritó `cuanto antes lo enfrentes, antes terminará`.  Me deslicé dentro de la casa de los peones con actitud estoica haciendo frente a la situación. Hop Sing no había exagerado en lo más mínimo.  Hoss se veía y estaba verdaderamente furioso. Es más, no recordaba haber visto sus ojos tan cargados de furia.  A juzgar por el modo en que me increpó me convencí que Regan le había contado. No me gustó el modo en que se dirigió a mí e irguiendo mi espalda le hice frente, pero no pude sostenerle la mirada cuando le recordé que había ido a ver a Emilia Miller. Entonces sucedió algo inesperado y de pronto el escenario cambió ciento ochenta grados. Definitivamente no estaba preparado para escuchar que Hoss me había visto besando a Regan. Mi mente sólo había elaborado mi defensa frente a posibles mentiras de Regan, nunca tuve en cuenta que Hoss nos hubiera visto. Las tres palabras que salieron de la boca de Hoss, convirtieron todo mi proceder en pura traición. No tenía algún sentido decirle que había sido al revés, Hoss había presenciado todo y eso era desbastador. Mientras las palabras `yo te vi` retumbaban en mi mente, como una ráfaga que llegaba desde el punto más remoto de mi conciencia, recordé el momento en que me prevenía diciéndome que él ya se había fijado en Regan. Súbitamente me sentí solo e indefenso; culpable de la terrible puñalada que mi hermano sentía que le había clavado por la espalda. Millones de imágenes se agolparon en mi mente empañando mi poder de entendimiento. Todo se sacudió a mí alrededor. Entonces llegó el primer golpe, que me aturdió y lo único que mi mente logró comprender en ese terrible y triste instante fue que el dolor que le había causado Hoss era mucho más intenso del que yo estaba soportando.  Mantuve mis brazos bajos, sin tener el valor de defenderme, pues quería que Hoss descargara sobre mí todo el dolor que sus ojos transmitían.  No pude ni emitir palabra y de nada hubiese servido hacerlo, pues Hoss estaba ciego, no de rabia, sino de dolor. Qué sentido tenía intentar aclararle que estaba equivocado, que sólo había querido ayudarlo. Cómo decirle que en ese momento me sentía tan miserable que creía merecer cada uno de los terribles golpes que me propinaba.

Hoss es un hombre extremadamente fuerte y creo que me salvó que desde algún remoto rincón de su enojado corazón, algo le recordó que era su hermano - tal vez más por mi padre que por mí -. Lo agradezco de todas formas, pues de lo contrario me hubiera hecho trizas y no hubiese sido capaz de contar el cuento. Los golpes empezaban a surtir efecto y empezaba a perder estabilidad. 

Tan concentrado estaba en intentar mantenerme en pie que ni siquiera advertí que Joe y mi padre ingresaron a la casa de los peones.  Supongo que los ruidos los atrajeron, aunque no recuerdo el más leve sonido. Solo los vi cuando mi padre me atajó en sus brazos evitando que cayera.  No encontré el valor para elevar la vista hacia mi padre, pero fugazmente mi mirada se cruzó con los desorbitados ojos de Joe, y aunque estaba demasiado aturdido por los golpes y la culpa para poder describir su rostro, puedo asegurarles que debían verse desencajados y completamente sorprendidos por la escena. De más esta decirles, que Hoss y yo rara vez discutimos y mucho menos llegar a los golpes, por lo cual tanto mi padre como mi hermano menor debían estar completamente desconcertados.  Creo que Hoss ante la pregunta de mi padre, respondió que me preguntaran a mí cual era el motivo de nuestra pelea.  Mi padre me ayudó a incorporarme al tiempo que me preguntaba qué había sucedido.   Tambaleándome me alejé de él y con indignación balbucee que yo no había comenzado la pelea. Fue una respuesta estúpida, lo sé, porque si bien no había tirado el primer golpe, era bastante claro que yo había iniciado la pelea.  Como era de esperar, mi padre quiso saber entonces porque me había pegado Hoss.

Por primera vez en mi vida, hablar con mi padre no sirvió de mucho.  El dolor que la pelea había dejado en mi alma era tan profundo que ni siquiera la comprensión de mi padre lo mitigó.  Necesitaba alejarme de la casa y poner distancia con Hoss hasta saber qué sucedería entre mi querido hermano y Regan Miller.  Mi padre trató de detenerme insistiendo que el doctor Martin debía ver mis heridas, pero no logró disuadirme, pues ningún doctor podría curar la sangrante herida que atravesaba mi interior. Estoicamente me enderecé y luchando contra el mareo que amenazaba desestabilizarme salí de la casa de los peones dirigiéndome a mi caballo.  Sin mirar atrás monté y apuré a alejarse de la casa a todo galope.

Obligué a Sport a correr al máximo de su capacidad y mi fiel amigo respondió sin quejarse.  Necesitaba que el viento golpeara en mi cara y borrara de mi mente el rostro de satisfacción de Regan que envenenaba mi alma; necesitaba alejar de mi mente la sensación de haber traicionado la confianza de mi hermano. Recorrí el trayecto entre La Ponderosa y Virginia City sin darme cuenta el rumbo que Sport elegía tomar.  Recién cuando vi la entrada del International House, advertí donde me encontraba.

- Hola Adam,- la voz de Tom me atrajo a la realidad y lo miré sin saber muy bien donde me encontraba.  De su rostro se borró la sonrisa. - Por Dios Adam, ¿qué te sucedió?

- Nada, - fue mi tajante respuesta. Solo entonces recordé los golpes recibidos.  Sentía la cara hinchada y al pasarme la mano por el rostro comprobé la sangre que cubría gran parte del costado izquierdo de mi cara. - Pasaré la noche aquí Tom.

- Claro Adam,- respondió perplejo mientras me entregaba una llave. - ¿Quieres que llame al doctor Martin?

No respondí y con dificultad sacudí mi cabeza que empezaba a pesar más de la cuenta.  Al entrar en la habitación me desplomé en la cama.  Por más que intentase analizar lo sucedido o convencerme de haber hecho lo correcto, no lograba conseguirlo.  Sentí la sangre que volvía a correr por mi mejilla, y con fastidio la sequé, pero no era sangre sino silenciosas lágrimas que sin consuelo corrían por mi rostro. Cerré mis ojos y en la oscura soledad del impersonal cuarto de hotel, lloré sin que nadie me viera, convencido que la fisura que Regan había generado entre Hoss y yo jamás se cerraría.

En algún momento de la noche debí haberme quedado dormido o tal vez perdí el conocimiento, pero me despertó el sonido de los golpes en la puerta. Parpadeé varias veces antes de advertir que alguien me llamaba.  La cabeza me latía y al intentar erguirme una aguda punzada de verdadero dolor corporal me atravesó el cuerpo.  No había parte de mi cuerpo que no me doliera y no encontré la fuerza necesaria para combatir el dolor.  Para mi sorpresa la puerta se abrió repentinamente y en la oscuridad una persona se acercó a mí.

- Por Dios Adam,- dijo la angustiada voz de Joe una vez que encendió la lámpara junto a la cama.

Le dediqué a Joe una sonrisa tranquilizadora y me alegró ver que en sus ojos no había ni rencor ni reproche, solo preocupación.  Le dije que no se preocupara y que vería al doctor Martin a la mañana siguiente. Nos estudiamos por unos segundos, y tal vez Joe comprendió que no estaba de humor para dar explicaciones.  Sólo quiso saber si tenía algún hueso roto. Respondí negativamente y entonces Joe asintió como si comprendiera mi posición.  Un incómodo silencio nos envolvió y debí desviar la vista, temiendo que Joe pudiera leer en mis ojos la mezcla de vergüenza y tristeza que me embargaba.  Para mi sorpresa, Joe se dirigió hacia una silla en el extremo opuesto de la habitación. Le pregunté qué pensaba hacer.

- No pienso dejarte solo,- fue su respuesta y esbozó una suave sonrisa cargada de comprensión. Bajó la vista unos segundos e hizo una mueca de incomodidad. - No hay nada que pueda decirte Adam,- dijo al cabo de unos segundos comprendiendo lo que yo necesitaba saber. - Hoss esta muy mal.

Le dije que lo sabía, y que no hacía falta que agregara más comentarios.

-         Nadie mejor que yo lo sabe, Joe.

Esas fueron mis últimas palabras.

 

Recuerdo que en contra de la opinión de mi padre y de mi hermano menor, decidí pasar los siguientes días en el International House. Algo me decía que era mejor que Hoss no me viera mientras procesaba lo sucedido. Joe me mantenía al tanto de todo cuanto sucedía en La Ponderosa, y si bien me tranquilizó saber que Hoss no se casaría con Regan Miller, no podía evitar preguntarme cuál era el veredicto de Hoss hacia mí.  Me aferré al incondicional cariño que siempre nos unió y en el modo en que siempre había respetado mi manera de resolver las situaciones, pero esta vez era muy diferente y tal vez hasta eso estaba perdido. Sólo debía esperar y la espera me estaba matando. 

Tres largos días pasaron hasta que una mañana, desde la habitación de mi cuarto de hotel volví a ver Hoss y a Regan acercarse a la diligencia que estaba pronta a partir. Los observé detenidamente y mi corazón latía a gran velocidad sintiendo que el momento del desenlace se acercaba. Dejé el cuarto y me dirigí a la entrada principal del hotel. Desde allí la vi despedirse de Hoss y subir a la diligencia, pero mis ojos se clavaron en mi hermano.  Lentamente me acerqué a él y lo observé contemplar la diligencia que se alejaba llevándose en ella ilusiones y desilusiones; amores y traiciones.  Pero Hoss se quedaba y yo necesitaba saber si Regan también se llevaba algo de mi hermano. Observé la diligencia alejarse y no pude evitar desear que lo hiciera tan rápido como los caballos podían correr y que no regresara nunca más a nuestras vidas.

- Allí va una mujer que nunca olvidaremos,- comenté sin mirar Hoss.

Podría haber dicho millones de cosas, pero Hoss entendería a que me refería. Más allá de todo, aquella mujer por un breve instante en nuestras vidas había logrado enfrentarnos; había podido manipularnos de tal modo que logró lo impensado. Mi corazón latía vertiginosamente esperando las siguientes palabras de Hoss.  Sentía mi cuerpo tenso y mi mente imploraba que mi enorme hermano me dijera que nada había cambiado entre nosotros.

- Hola Adam,- dijo simplemente, pero para mí fue suficiente, porque en su voz sentí toda su tierna y generosa naturaleza. Sentí el modo en que me contempló, pero no fui capaz de mirarlo, por miedo a que viera el caudal de emociones que se agolpaban en mis ojos, como así también cuánto lo necesitaba. - Vamos a casa.

Esas tres palabras fueron música para mis oídos y luego de asentir comencé a caminar hacia mi caballo.  Mientras nos alejábamos, sentí el brazo de Hoss posarse lentamente sobre mi hombro, culminando en un apretó lleno de significado. Una suave presión sobre mi hombro que con sólo recordarla todavía logra estremecerme. Me hubiera colgado de ese grandulón que tengo por hermano menor, pero bueno uno tiene que guardar la compostura en medio de la calle, no les parece.    

 

- Hey Adam, ¿ qué te pasa?- preguntó Hoss divertido trayéndome nuevamente al tiempo presente. Lo miré con emoción y sacudí mi cabeza negativamente, dándole a entender que nada me sucedía. -  ¿ Porqué me miras de ese modo?

Desvié la vista procurando alejar los recuerdos de aquella experiencia que nos tocó atravesar.   Mis ojos cayeron nuevamente en el libro de Byron que permanecía abierto entre mis manos. Ella camina en la Belleza, leí y esbocé una sonrisa.

- Sólo una buena poesía, - le dije con una sonrisa mientras cerraba el libro.

- Deja eso y ven a jugar una partida de damas conmigo,- me dijo con complicidad, como si hubiese sido capaz de leer mi mente. De pronto no quise leer más; no quise ni recordar ni penar más. Sólo quería terminar el día compartiendo algo con ese grandulón de hermano menor.

 

 

 Fin.

 

Poema de Lord Byron Ella Camina en la Belleza – She walks in Beauty.

 

 

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